La Corte Constitucional y la Eutanasia

La Corte Constitucional del Ecuador tiene entre sus pendientes el trámite de la demanda presentada por una ciudadana que padece esclerosis lateral amiotrófica, en la que le pide que autorice su eutanasia. ¿Qué es la eutanasia? Como dice Miguel Ángel Núñez Paz: “Hoy parecen considerarse en general dentro del término eutanasia las acciones que tienen como finalidad la privación de la vida de un paciente, generalmente terminal, a petición de éste, y con la intervención de un profesional de la medicina”.

La eutanasia tiene tres presupuestos: a) una persona que padece una enfermedad terminal; b) que esta persona solicite voluntariamente la muerte; y c) la asistencia e intervención de un profesional médico que provoque esa muerte. En el Ecuador no está permitida la eutanasia. Si de hecho se produce, es decir, si una persona desahuciada de manera consiente y voluntaria pide a un médico que le provoque la muerte, el médico sería procesado penalmente por homicidio o auxilio al suicida según el caso.

Lo que pide la paciente de esclerosis lateral amiotrófica es que la Corte Constitucional autorice a un equipo médico para que le provoque la muerte antes de que en la última etapa de la enfermedad padezca un sufrimiento que para ella es peor que la propia muerte. La explicación absolutamente razonable que ha expuesto en su demanda y ante los medios, es que no quiere la alternativa del suicidio sino una buena y digna muerte.

La eutanasia ha sido siempre un tema tabú particularmente por connotaciones religiosas. Casi todas las religiones del mundo predican el precepto de que la vida humana es un don divino del cual los humanos, receptores de ese don, no podemos disponer a nuestro arbitrio. La Corte Constitucional debe desprenderse de cualquier atavismo religioso y expresar en su fallo si el ser humano tiene derecho a decidir sobre su muerte y pedir asistencia médica para producirla, en circunstancias en las que el mantenimiento de la vida puede llevarle a padecimientos que son indignos de su propio derecho a la vida. Cuando leí la noticia de la petición hecha por la señora R me vi súbitamente confrontado a un hecho real y objetivo al que antes solo me había aproximado desde la literatura y las frías hipótesis de pizarrón como profesor de derecho Penal. Hay decenas de novelas que han tratado el drama del enfermo terminal y su aproximación al abismo de la agonía en medio del dolor personal y familiar. Menciono dos que vienen a mi memoria: La última vez de Guillermo Martínez y El rey de los centauros de Inés Garland. En esta última que narra la vida de un jugador de polo que queda tetrapléjico luego de que su yegua le cayera encima, contiene un párrafo que me permito compartir con ustedes por la potencia de sus palabras e imágenes: “Yo lo que digo es que un pajarito paralítico se muere. Listo. Eso era lo único que yo le pedía. Pero no. A nosotros, que dicen que somos a imagen y semejanza de Él, nos hace vivir así …, hay que seguir viviendo, aunque de la vida no te quede nada que valga la pena. Y encima vienen unos que se creyeron lo de la imagen y semejanza y te dicen que algo habrás hecho o te dicen que si tuvieras fe… levántate y anda. Yo sabía que no podía y le echaban la culpa a mi falta de fe”.

Lo que dice el protagonista de la novela de Inés Garland es absolutamente cierto: En la naturaleza, en su infinito equilibrio, sin la arrogancia humana de pretender vencerla, ante una calamidad física atroz o una enfermedad terminal, el ser vivo, muere. Nada contraviene ese principio fundamental prolongando la vida, cuando el animal ni siquiera podría moverse, cazar o alimentarse por sí mismo.

La ley, esa obra humana cargada con el peso de las religiones, las cosmovisiones, la geopolítica, y hasta de la economía, ha perdido la sabiduría de la naturaleza particularmente en el tema de permitir la eutanasia. El Estado tiene la obligación de proveer sistemas de salud a sus ciudadanos y ciudadanas; pero el Estado no puede imponer la vida por sobre la voluntad del individuo que quiere evitar la indignidad de una dolorosa e irreversible agonía.

La muerte nos llegará a todos. Así como debemos reclamar el derecho a una vida digna, debemos reclamar y tener el derecho a una muerte digna. “Así pues, todos estamos condenados” nos recuerda Niall Ferguson, “…aun en el caso de que la ciencia médica fuera capaz de alargar la esperanza de vida, tal como anuncian algunas predicciones, más allá de los cien años. A pesar de nuestra constante búsqueda de soluciones al problema de la transitoriedad de la vida, la inmortalidad sigue siendo un sueño, o más bien como Jorge Luis Borges daba a entender en “El inmortal”, una pesadilla”.

Espero que la Corte Constitucional reconozca el derecho de la señora R -dramáticamente pionera y valiente – y de todos los ecuatorianos a tener una buena muerte, asistida medicamente, que evite la crueldad de padecer una agonía indescriptible.

No puedo terminar este artículo sin citar Devoción de Roberto Bolaño en homenaje al valor de la señora R: “A finales de 1992 él estaba muy enfermo y se había separado de su mujer. (…) estaba solo y jodido y solía pensar que le quedaba poco tiempo. Pero los sueños, ajenos a la enfermedad, acudían cada noche con una fidelidad que conseguía asombrarlo. (…) Enfermo y solo, él soñaba y afrontaba los días que marchaban inexorables hacia el fin de otro año. Y de ello extraía un poco de fuerza y de valor (…) y le proporcionaban el alimento que necesitaba para apretar los dientes y no llorar de miedo”.

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