Ecuador: fronteras y abismos electorales.

Cuenta Barbara W. Tuchman en su libro La torre del orgullo que “…cuando el joven Teodoro Roosevelt anunció su intención de entrar a la política en 1880, en Nueva York se rieron de él los hombres cultos y de vida fácil, quienes le dijeron que la política era algo bajo y que a ella se dedicaban los cantineros, conductores de coches de caballos y otras gentes semejantes, a las que encontraría rudas, brutales, y de trato desagradable”. La renuncia de los miembros más prudentes y capacitados de la sociedad norteamericana de finales del siglo XIX a participar en política, hizo según Tuchman, que Estados Unidos fuera gobernado por una clase política mediocre, oportunista y corrupta.

Cada cierto tiempo vuelvo sobre la anécdota del Teodoro Roosevelt y el momento histórico narrado por Barbara Tuchman; sobre todo cuando el Ecuador se avoca a una nueva elección presidencial. Es usual encontrar más de una decena de candidatos a la presidencia con distintos pelajes; cada candidato o candidata menos calificado que los demás. En medio de la sábana electoral, el elector se da modos para separar la paja del trigo, llegando a segunda vuelta los binomios que la gente considera idóneas.  Salvo el fenómeno político de Rafael Correa, en la mayoría de ocasiones, ha sido necesaria la segunda vuelta.

La cuestión que debemos analizar en torno a la elección presidencial accidental de agosto de 2023, es, sin duda, la circunstancia histórica. Es la primera vez que se ha disuelto la Asamblea de manera constitucional y el presidente ha posfechado su renuncia a título de muerte cruzada.  El momento es particularmente crítico. El Ecuador se ve inmerso en una guerra urbana con niveles de violencia cada vez más altos y cruentos. Las vacunas a los comerciantes; las matanzas en comedores populares, iglesias, hospitales y funerarias; el microtráfico y el avance de las pandillas en escuelas y colegios, nos ha orillado al abismo.  Sí. No es dramático afirmar que en 2023 el Ecuador ha llegado a pararse frente al abismo del caos.

El abismo es un lugar peligroso. El abismo suele provocar en quien lo mira el deseo casi incontrolable de saltar al vacío.

Con las condiciones políticas que tiene el país, los millones de ecuatorianos y ecuatorianas estamos a punto de hacer ese salto. Y la clase política, absolutamente irresponsable no repara en el peligro que implica el trivializar las elecciones presidenciales de agosto como si fueran elecciones ordinarias. Jaime Nebot, con una temeridad suicida, ha candidatizado a un mercenario para presidente de la República. Un individuo que en su hoja de vida pone como gran mérito haber combatido en guerras africanas. Un personaje oscuro que quizá fue a esas guerras solo a buscar a quien matar con impunidad, vestido de cualquier uniforme. Un sociópata. No obstante, este mercenario, en la irresponsabilidad de Nebot y los socialcristianos, es vendido como el Bukele ecuatoriano, el único capaz de construir mega cárceles y exterminar a los delincuentes.

¿Será que el Ecuador está dispuesto a cruzar la frontera del exterminio?

Por otra parte, un personaje oscuro, otro mercenario, Fernando Villavicencio se postula por el partido ensangrentado de María Paula Romo para seguir en su línea de gacetillero con ínfulas de periodista de investigación.

¿Será que el Ecuador está dispuesto a cruzar la frontera de la extorsión, permitiendo al gran vacunador de políticos, convertirse en presidente de la República?

El solo hecho de que en medio de la tragedia nacional estos personajes sean candidatos, es ignominioso, grotesco.  

No obstante, vemos atónitos como sectores más serios de la política ecuatoriana no alcanzan a reaccionar frente al abismo.

La revolución Ciudadana ha puesto a sus mejores cuadros en los gobiernos autónomos cantonales y provinciales. Su máximo exponente y mejor candidato posible está fuera del país, padeciendo un ostracismo infame producto de la persecución judicial. La lógica y el sentido común dicen que, en una crisis tan brutal, y con un gobierno tan corto, el candidato debe tener aptitud y formación para sacarnos de ella de manera democrática pero firme; con lealtad orgánica, pero con autonomía de criterio en cuanto a las decisiones del Estado. En estos últimos días se han barajado nombres y el tiempo apremia. El país no está para que Rafael Correa juegue a los dados o elija al binomio presidencial con nostalgia. Es, sin duda, el gran elector. Su decisión es muy importante; sin embargo, debe recordar que no es el tutor de un pueblo aterrado por el crimen; sino que, hoy más que nunca, debe ser su guía. Correa no puede cometer las imprudencias de Nebot ni siquiera a título de romanticismo electoral.

Correa, el gran elector, debe ser práctico. No puede darse el lujo de improvisar. No seré yo, que no soy militante de la Revolución Ciudadana, quien le ponga en la mesa de trabajo una lista de nombres como presidenciables. No. Eso sería invasivo y tendría olor de oportunismo. Pero sí me siento en la obligación de recordarle que el Ecuador que él dejó, no es el Ecuador actual que se desgarra cada día.

Lo mismo es aplicable a la CONAIE. Leónidas Iza es otro gran elector. Complementario, pero gran elector. Espero que obre con prudencia; que no se deje seducir por el abismo y no incluya en la papeleta de Pachakutik a un oportunista como Yaku Pérez u otra persona de igual talante. Pérez es también un mercenario sensiblero que, con su silencio, socapó al gobierno de Lasso.

Todo lo que he escrito hasta aquí es una alerta de las fronteras que irresponsablemente estamos dispuestos a pasar; y un grito desesperado para evitar que todos nos lancemos al vacío. Debemos tener muy claro que toda persona tiene derecho a participar en la elección presidencial; pero como lo demostraron Guillermo Lasso y Moreno, no todos están capacitados para ser presidentes.

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